“La naturaleza no está clasificada. Las clasificaciones no son más que artefactos que los hombres introducimos en la naturaleza para entenderla y comunicarnos entre nosotros”, dicen Edelmira Domenech y Lourdes Ezpeleta. ¿Por qué nos serán tan necesarias estas clasificaciones y etiquetas?

Alfred Adler afirmó que las personas, en su intento de ganar dominio sobre su mundo, crean «finalismos ficticios», conceptos inventados que les ayudan a sentirse con más control sobre nuestras vidas. Preferimos el consuelo de la catalogación a la incertidumbre de lo desconocido. También los teóricos de la Gestalt, como Fritz Perls, señalaron que los seres humanos tienen poca tolerancia ante la ambigüedad, por lo que tienden a buscar el “cierre”, la coherencia. Así, creamos construcciones psicológicas, en gran parte a través del lenguaje, como una forma de dar sentido al mundo que los rodea. Nuestra mente necesita ponerle un nombre a las cosas para tener, aunque sea, la ilusión de que “asimos” cada fenómeno y podemos decidir qué hacer con él.

En particular, etiquetar a las personas y a sus modos de estar en el mundo parece sernos aún más necesario. Lo hacemos a partir de miles de distintos criterios: “-¿Qué te parece Juan? -Es un judío homosexual, profesional”. Listo, ya sabemos desde dónde mirarlo a Juan, ya lo tenemos “ubicado”.

La necesidad de “ubicar” al otro y ubicarnos a nosotros mismos, asignándole o asignándonos una etiqueta, se intensifica cuando se trata de fenómenos raros, que no se dan la mayoría de las veces o no se adaptan a la “normalidad” que subyace a las instituciones, estructuras y representaciones comunes de la sociedad. ¿Una persona piensa de modo atípico, con una velocidad atípica, vivencia las cosas con una intensidad atípica? Los académicos de lengua inglesa les llamaron “gifted” y los de habla hispana lo tradujeron como “superdotados”, aclarando que no se trata de sacar un alto puntaje en un test de lógica y abstracciones matemáticas, sino también de una sensibilidad y emocionalidad intensificadas. A su vez a esto,  Elaine Aron le llamó “persona altamente sensible” y Kazimierz Dabrowski persona con “sobreexcitabilidad sensorial y emocional”. En Francia, Jeanne Siaud-Facchin inventó otro original término para englobar todos estos aspectos de una personalidad particular: “zebra”. Y Paula Prober otro que me encanta (y de quien adapté el ingenioso test que está colgado en mi página): personas con “mentes de selva tropical” ¡Ay qué confusión!

Si, como a otr@s tant@s, en un momento de tu vida, te sirven estas etiquetas para entenderte, para luego cuestionarlas, y por fin liberarte de ellas y desplegarte libremente, te dejo todos estos datos y nombres para que los googlees (sé que no podrás con tu curiosidad 😊). También me encantaría leer tus comentarios (por aquí o por el contacto privado de linktree)